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    Fantasmas Del Ático

    viernes, 4 de marzo de 2011

    Kiss Me (IV)

    El edificio era uno de los más lujosos de la cuidad. El teatro tenía un enorme escenario con millones de luces que permitían increíbles efectos especiales, sobro todo, al final de la representación, cuando aparecieron los espíritus y los protagonistas desaparecieron entre la niebla.
    Al principio, cuando me senté en una butaca dos veces más grande que yo, muy cómoda,  de terciopelo rojo, pensé que las entradas debían de haber sido carísimas.
    -         ¿Desde cuándo tienes tanto dinero como para permitirte una cosa así? – pregunté.
    -         ¿Desde cuándo se dice el precio de un regalo? – contraatacó enfadado.
    -         ¿Todavía sigues de mal humor?
    -         No. Es una ilusión. Es que uno de mis hobbies es estar más de una hora de pie, enlatado entre dos señoras como si fuese una sardina, al borde de la lipotimia, en vez de poder ir cómodamente en mi coche con el aire acondicionado.
    No tuve tiempo para contestarle porque las luces se apagaron y el escenario se llenó de actividad. Cuando el actor comenzó a recitar la declaración de amor más representativa de la obra, Lucan se inclinó hasta que sus labios rozaron mi oreja, para susurrarme esos versos de forma íntima, mientras sus dedos se entrelazaban entre los míos. Su voz se apago con demasiada prontitud y minutos después fui consciente del contacto físico. Le solté la mano y me encogí en el asiento sin poder evitarlo.
    La obra terminó, salimos a la calle y descubrimos que había anochecido, asique en vez de dar un paseo decidimos entrar en el local de enfrente. El ambiente del lugar tenía un aire muy bohemio. Las mesas no llegaban a los 50 centímetros de altura, el suelo estaba repleto de cojines donde las personas estaban sentadas o medio tumbadas. La música ambiente consistía en antiguos clásicos, el camarero tenía todo el pelo lleno de rastas, varias paredes estaban cubiertas con espejos y el té era la bebida predominante en todas las mesas ocupadas. Nos sentamos en un rincón algo apartado de los demás.
    -         Qué sitio más curioso. Me gusta. – comenté distraída mientras miraba la carta - ¿Vas a tomar té tu también?
    -         ¿Tengo cara de querer contaminar mi cuerpo? No suelo ingerir alimentos tóxicos.
    -         Mira que eres tonto. ¿No se supone que a los ingleses os gusta el té?
    -         ¿Y quién te ha dicho a ti que soy inglés? – dijo levantando una ceja – No recuerdo esa conversación.
    -         ¡Qué! ¿No eres de aquí?
    -         ¡Qué va! Yo no soy como todos esos ingleses aburridos.
    -         Ya lo he notado. – susurré.
    -         ¡Oh! Comentarios como ese son los que a veces rompen una relación.
    Nos reíos. Vino el camarero, le pedí un té de chocolate y seguimos hablando.
    -         Lo tuyo por el chocolate es obsesión.
    -         No me cambies de tema. ¿Dónde naciste?
    -         En Noruega.
    -         ¿En serio? No lo pareces por el físico.
    -         ¿En serio? ¿Y cómo se supone que es un noruego?
    Mis mejillas comenzaron a teñirse de rojo por segunda vez en ese día.
    -         No sé… ¿más pálidos y flacos? – dije para salir del paso.
    -         ¿Y cómo se supone que soy yo? – preguntó con segundas intenciones.
    -         Tu eres moreno y…bueno… pareces más un guardaespaldas que un palo de escoba.
    -         ¿Un palo de escoba? ¿Qué clase de comparación es esa? – una sonrisa sincera se dibujó en su cara, seguida de una carcajada – Creo que se te olvida un detalle Tess. Los vikingos son de por allí. Es lógico que ya que desciendo de ellos, tenga el mismo físico.
    La que no pudo evitar reírse en esa ocasión fui yo.
    -         ¡Claro! ¡Qué fallo! Eso lo explica todo. Tu físico, tu actitud arrogante, engreída, tu forma prehistórica de ligar, tu falta de modales y la imposibilidad de mantener la boca cerrada.
    -         Vale. Ya me ha quedado clara la imagen que tienes de mí.
    -         ¿Y qué es lo que más echas de menos? – intenté volver a una conversación medianamente normal.
    -         Pues – se quedó pensativo – un momento muy especial. Hay un día en el que el sol no sale. Me acuerdo de que cuando era pequeño, me asusté mucho. Pensé algo así como que era el fin del mundo. – sonrió – Es realmente impresionante.
    -         Tiene que ser bonito.
    -         Algún día, si quieres, puedo llevarte a Noruega conmigo.
    -         ¿De verdad? Cuando sea siempre de noche. Bueno, siempre no, sino ese día. – me hacía tanta ilusión la idea que me costaba encontrar palabras coherentes.
    -         Lo que tú quieras. Nos pasaremos toda la “noche” mirando las estrellas, entre otras cosas.
    -         ¿Qué otras cosas?
    -         No te hagas la tonta. No me digas que no has pensado en ello. Veinticuatro horas en la cama. – hizo una pausa, me miró de arriba a abajo y añadió – Claro que… como lleves una falda tan corta como la de hoy, no va ha hacer falta ni que te la quites, lo cual, estropearía el romanticismo, ¿no crees?
    Me levanté de un salto, enfadada y desilusionada.
    -         Que pasa, ¿Qué es imposible tener una conversación normal contigo? ¿No sabes pensar en otra cosa?
    Salí del bar con la intención de volver a mi casa y ocultarme bajo las sábanas. De pronto, escuché detrás:
    -         ¿Qué bus cogeremos?
    -         ¿¡Qué!? Yo me voy a casa.
    -         Ya, y yo contigo.
    -         ¿Tienes complejo de mero sin neuronas o qué?
    -         A veces. Pero hoy lo que quiero es recuperar el coche que he dejado en la puerta de tu casa. No sé si te acordaras.
    Cuando giramos una esquina y entramos en mi calle dijo:
    -         Lo siento.
    No habíamos hablado en todo el trayecto. Poco a poco se me había ido pasando el enfado, pero después de eso, desapareció cualquier sentimiento de rabia o ira.
    -         No pasa nada. Simplemente deberías pensar las cosas antes de decirlas.
    -         Soy demasiado espontáneo.
    -         ¿Volverás a quedar conmigo?
    No sé que me impulsó a decir eso. Puede que fuera la curiosidad, o puedo que el miedo a no verle más ya que las clases habían acabado.
    -         ¿Te mueres de ganas de volver a pasar un día conmigo? – asentí tímidamente – Pues que pena. Porque yo no. ¿De qué me sirve estar contigo si no puedo tocarte? Como la reacción que has tenido en el teatro, por ejemplo. Parece que te doy asco o algo.
    -         No me das asco. El problema soy yo. No me gusta el contacto físico con los chicos. intento evitarlo.
    -         ¿Por qué?
    -         Por una cosa que me pasó hace tiempo. Mira, yo lo he pasado muy mal, y en su día, alguien me dijo que dejase de pensar que siempre iba a ser yo esa chica especial. Que los tíos no cambian su forma de ser sólo porque yo piense que soy la excepción.
    -         Pero es que no te das cuenta de una cosa. Tú eres mi excepción.
    -         Tú no me quieres, me deseas. Y lo peor es que ni siquiera entiendes la diferencia.
    Su expresión se endureció, tensó la mandíbula y sus ojos se quedaron inexpresivos.
    -         No vuelvas a cuestionar lo que siento, porque no tienes ni idea.
    Se dio la vuelta, se montó en su coche y se fue dejándome de nuevo sola en medio de la calle, sin saber que pensar.


    Princess_of_Hell

    1 comentario:

    1. Esta parte me gusta más que la anterior. Está justo como debería estar, con mucho diálogo y poca narración, sencillamente perfecto ^^. Lo único, que esperaba encontrarme más conversación sobre el tema del teatro ( tanto dentro como fuera de él ), pero sigue así, estás haciendo un gran trabajo :P

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